“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”
(Santiago 5:19-20)
▲ La historia del hijo pródigo nos muestra cuán
dispuesto está el Señor
a restaurar las almas de los que caminan más allá
de la fe
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Estamos acostumbrados a pensar que la obra de
salvación tiene que ver mayormente con los incrédulos, con aquellos que no
conocen a Cristo. Pero Santiago nos presenta, en los pasajes de hoy, otro
aspecto de la restauración del alma humana: nos habla de la persona que es
creyente pero se ha extraviado de la verdad. Se ha alejado de la fe, y ya no
está viviendo para el Señor.
El estado en que se encuentran las almas no
redimidas del pecado puede compararse, desde el punto de vista de Dios, al de
aquellas reliquias de mucho valor que se han llenado de moho y suciedad por el
paso del tiempo. Si esas reliquias no son restauradas, cualquiera que las vea
pensará que no tienen mucho valor, debido a su aspecto abandonado y venido a
menos. Pero cuando el Señor purifica esas almas, quedan como pulidas y llegan a
tener nuevo valor y nueva belleza. De la misma manera, por medio del pasaje
bíblico citado, Dios nos llama a ser restauradores de otros creyentes.
La historia del hijo pródigo es una de las más conocidas de la Escritura. Él quiso vivir la vida a la manera del mundo, así que le pidió a su padre que le diera la porción de la herencia que le correspondía. Se llevó ese dinero a la ciudad, y lo derrochó todo en la mala vida. Tenía mucha diversión, muchos amigos, y muchas posesiones, hasta que se acabó el dinero, y con él, la diversión: desaparecieron los amigos, y el joven lo perdió todo. Llegó a trabajar cuidando cerdos, y su hambre era tal que deseaba comer los desechos que se tiraban a estos animales. (Continúa en la segunda parte)