“No haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice el Señor, no guardaré para siempre el enojo. Reconoce, pues, tu maldad”
(Jeremías 3:12-13)
Si
asumimos nuestra condición de pecadores, podemos confiar en que Dios nos justificará por la fe en el sacrificio de su Hijo |
En
el capítulo 18 del Evangelio de Lucas, el Señor Jesús cuenta una parábola sobre
dos hombres que fueron al templo de Jerusalén.
El
primero, satisfecho de sí mismo, agradecía a Dios por no ser como los demás
hombres, quienes -según él- eran ladrones, injustos, adúlteros. El segundo
hombre tenía un trabajo que se consideraba despreciable en aquellos tiempos:
era recaudador de impuestos para los romanos. Éste temía acercarse ante la
presencia de Dios y se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí,
pecador”. Entonces Jesús dijo a sus discípulos que este hombre
volvió a casa “justificado antes que el otro; porque cualquiera
que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (v. 14).
Aclaremos
que aquí no se trata de juzgar cuál obró mejor o peor, sino de preguntarse cuál
tomó la posición adecuada ante Dios. El primero, seguro de sí mismo, esperaba
una recompensa: se enorgullecía de su moralidad. El segundo lloraba a causa de
su indignidad: sabía que había pecado y temía volver a hacerlo. No se
apoyaba en sus propios méritos y sólo esperaba en Dios. El primero
creía tener derecho a la estima de Dios; el segundo confiaba en Dios, que es el
que justifica.
Y
tú, amigo lector, ¿qué posición asumes ante Dios? ¿La de un ser humano
honesto y recto ante el Creador, porque no eres ladrón o asesino? Si
es así, permíteme que te diga que a los ojos de Dios esto no es suficiente. En
cambio, si tú tomas ante el Dios santo el lugar de un pecador perdido, puedes
confiar sin temor en que ese Dios Salvador te justificará por la fe en el
sacrificio de su Hijo.
Oración:
Señor Jesús, crea en nosotros un
corazón humilde y humillado que nos permita reconocer
constantemente nuestra naturaleza pecaminosa, y ser dignos de tu
aprobación. Amén.
¡Te bendigo! Pastor Antonio
Trejo