sábado, 8 de diciembre de 2012

Acepta su sacrificio



 “(Jesucristo) es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”

(1ª Juan 2:2)
▲ Jesucristo compareció por nuestros pecados 
y tomó nuestro castigo sobre sí

A lo largo de los siglos, el mundo ha ofrecido distintas creencias acerca de dónde vamos después de la muerte del cuerpo físico. Muchos hombres son conscientes de que la vida no acaba con la muerte física, pero carecen de una idea acertada de cuál es el destino final de nuestra alma. Muchos dicen tener esperanza en un destino de felicidad, pero no pueden afirmar con seguridad qué encontrarán después de la muerte. Otros creen que porque les fue bien con las reglas que dicta el mundo, o porque su conciencia les indica que no son tan malos, después de la muerte todo saldrá bien de cualquier manera.

Pues bien, debemos recordar que toda idea o afirmación que se hace fuera de la revelación de las Escrituras constituye una grave equivocación. Y más aún, tengamos en cuenta que en este aspecto, Dios nuestro Creador y Sustentador no nos deja en la ignorancia. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”, leemos en la Carta a los Hebreos 9:27. Entonces Dios nos pedirá cuenta de todos nuestros pensamientos, palabras y hechos. Y como lo afirma el apóstol Pablo en la Carta a los Romanos, todo el mundo está “bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).

Pero Dios pone un Defensor a nuestra disposición, el cual no es un abogado que buscará dar pruebas de nuestra inocencia, o reducir nuestra culpa en el juicio, como ocurre en los procesos legales de los hombres. No, el defensor que Dios nos da es su propio Hijo, Jesucristo, quien ya compareció en el juicio y tomó nuestro castigo sobre sí. 

Estas son las buenas nuevas: Cristo ya murió por nosotros, ¡y nuestra deuda ante Dios (la culpabilidad del pecado) ya está pagada! Sólo debes cumplir un único requisito: aceptar a Aquel que te amó tanto, al punto de cargar con la cruz y el castigo que tú te merecías. Te aliento fervientemente en este día a que lo aceptes en tu corazón, para que también tú seas justificado por su sangre y recibas el regalo de la vida eterna. Así lo declara la Palabra: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

Oración:  

Señor Jesús, te agradecemos y exaltamos con todo fervor por la vida eterna que preparaste para los que te confiesan como el Señor de sus vidas, rompiendo para siempre las ligaduras de la muerte. Amén.

¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo