miércoles, 24 de octubre de 2012

La grandeza de la humildad (I)


 “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”
▲ La Palabra nos exhorta a ver de distinta manera
nuestras relaciones con los demás.
(Mateo 11:29)

Debemos admitir que el trato con el prójimo es con frecuencia una fuente de frustraciones, de conflictos interiores y de oposiciones manifiestas. Pero la Palabra nos exhorta a ver de distinta manera nuestras relaciones con los otros.

Los desencuentros entre las personas se ven en la familia, en el ámbito del trabajo y en todas las esferas de la sociedad. ¿De dónde vienen estos desacuerdos, que a veces parecen insalvables? ¿Tienen su origen (como piensan algunos) en el cansancio, el estrés, o la falta de comunicación? Todas estas razones pueden parecer válidas para muchos, pero la Biblia nos enseña que la primera causa es el pecado. Desde la caída en el Edén, tenemos en nosotros una fuente de maldad; es una parte de nosotros mismos que trata de hacer valer sus deseos egoístas por encima del interés de los demás.


Esta verdad nos puede parecer un poco áspera, pero si tenemos conciencia de que somos pecadores, entonces la solución estará en volvernos hacia Dios. ¡Y qué liberación se siente cuando lo hacemos! Si seguimos a Jesús, nuestras relaciones con los demás cambiarán de carácter; no sólo que no trataremos de imponernos, sino que anhelaremos en lo íntimo del corazón reflejar en lo posible la personalidad de nuestro Señor. Pero el poder para parecernos más a Jesús no resultará de nuestras buenas intenciones, sino de nuestra confianza en Dios, quien por medio de su Espíritu, hará que nos parezcamos cada vez más a Él.

Oración: 

En esta mañana, hemos comprendido que la humildad y la mansedumbre son los requisitos para poder reflejar los rasgos del carácter de Cristo: paciencia, bondad, humildad, olvido de sí mismo. Pidamos entonces al Señor el poder para convertirnos en imitadores de Él. Amén.

¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo