jueves, 25 de octubre de 2012

La grandeza de la humildad (II)


“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”
(Mateo 11:29)
▲ ¡Cuántos afanes y preocupaciones trae al ser
humano el preocuparse constantemente de sí mismo!

Jesús en persona nos enseña en este pasaje del Libro de Mateo que la humildad es una virtud indispensable para vivir una vida de hijos de Dios, en armonía con el prójimo. Traerá además alivio a nuestras almas al permitir que descarguemos las preocupaciones propias de un ego que busca solamente su autosatisfacción. ¡Si fuéramos conscientes de cuántos afanes y preocupaciones trae al ser humano el preocuparse constantemente de sí mismo!

Por el contrario, si somos humildes, sabremos que dependemos los unos de los otros y veremos la imagen de Dios en cada persona con la que establezcamos contacto, es decir, viviremos con una conciencia de hermandad. Seremos conscientes de que nuestra vida es tan valiosa como la de los demás, más allá de lo que los otros digan y sin necesitar que otros nos aprueben continuamente. Valoraremos el don de la vida sobre todas las cosas y aceptaremos nuestros propios defectos y limitaciones sin llegar a menospreciarnos o sentirnos lastimados.


La humildad nos lleva a asumir la responsabilidad de nosotros mismos, del logro de nuestros deseos, de nuestras elecciones y acciones, de nuestros compromisos, del manejo de nuestro tiempo, de nuestra conducta hacia otros y de nuestra felicidad personal. Hoy debiéramos proponernos con toda seriedad desarrollar esta virtud, que nos hermanará con los demás hombres y nos acercará más a la estatura de Cristo.

Oración: 

Señor Jesús, crea en nosotros un espíritu humilde, que nos enseñe a ser quienes somos abiertamente y a tratarnos con respeto en todas nuestras relaciones, viviendo con propósito, utilizando nuestras capacidades para conseguir las metas que nos hemos propuesto y ayudar a que otros también lo hagan. Amén.

¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo