“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”
(Santiago 3: 13-18)
▲ La espiritualidad de
una persona se ve
claramente reflejada en
sus obras.
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En el capítulo 3 de la
Carta del apóstol Santiago se nos plantea una pregunta muy importante para
todos los cristianos: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?” O
en otras palabras: ¿quién de nosotros está viviendo el evangelio, conforme a la
sabiduría que es en Cristo Jesús?
En el contexto bíblico,
ser sabio y entendido no consiste en una mera declaración de palabras, ni en un
talento ostentoso que no puede exteriorizarse, sino más bien en una capacidad
práctica que tiene que manifestarse necesariamente. ¿Cómo? Sencillamente a
través de una buena conducta. Esta buena conducta tiene que ver con el
testimonio que mostramos. Un creyente puede pensar de sí mismo que es muy sabio
y entendido en la Palabra, pero si eso es verdad, ello se manifestará en una
vida que refleje de manera muy práctica y visible esa sabiduría. Ésta abarca
tanto los pensamientos, el intelecto y demás recursos de nuestra mente, como
también la excelencia y aplicación práctica del conocimiento de la Palabra.
La pregunta obvia que
sigue es: ¿cómo demostrar la sabiduría espiritual? Pues bien, la
sabiduría adquirida por la Palabra se demuestra a través de los frutos.
Este principio fue declarado por el Señor Jesús: “Por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” (Mateo
7:16) Esto quiere decir que no hay nada mejor que hable de nuestra
espiritualidad que nuestras obras. Cuando llevamos una vida íntegra y apartada
del pecado, estamos demostrando la sabiduría que viene de lo alto, pues esta
sabiduría nos llevará a hacer lo recto ante los ojos de Dios y de los hombres.
En esto consiste la
exhortación de Santiago en el versículo de hoy: si tú crees que llevas una vida
en sabiduría y entendimiento espiritual, entonces demuéstralo con tu conducta.
Las cosas que aseguramos conocer resultan de mayor impacto cuando se demuestran
y no sólo cuando se proclaman. Una persona puede opinar de sí misma que es muy
espiritual, pero en la práctica, tanto a los ojos del Señor como ante los
demás, su manera de proceder puede dejar mucho que desear. En este sentido, las
Escrituras nos advierten que no debemos engañarnos a nosotros mismos; Dios
no puede ser burlado (lee Gálatas 6:7).
El conocimiento está
relacionado con nuestro intelecto, mientras que la sabiduría se extiende a la
aplicación concreta de ese conocimiento. En este sentido, un creyente sabio y
entendido es aquel que se preocupa en conocer y llevar a cabo la voluntad de
Dios; es aquel que no tiene mayor concepto de si mismo que el que debe tener;
es aquel que mira a los demás como una oportunidad para servirles y hacerse más
grande en el venidero Reino de los Cielos. Una persona sabia jamás dañará a
otra con sus palabras, sino que comprenderá claramente la voluntad de Dios para
su vida, y ayudará a que los otros descubran para sí el propósito que el Señor
tiene reservado para ellos.
Dios nos advierte que
hay dos tipos de sabiduría: la que “desciende de lo alto”, y otra, que
es “terrenal, animal y diabólica” (te sugiero que leas
atentamente el capítulo 3 de la Carta de Santiago, versículos 13 al 18). Amigo
lector, hoy es el momento de examinar nuestra vida y evaluar si realmente
tenemos un corazón sincero delante de Dios, o si nos estamos engañando a
nosotros mismos.
Oración:
Señor Jesús, hoy hemos
entendido que la verdadera sabiduría consiste en llevar una vida acorde con Tus
enseñanzas, y en mostrar una conducta reflejada en un testimonio de verdad y de
justicia. ¡Gracias Señor por instruirnos conforme a la sabiduría que viene de
lo alto! Amén.
¡Que el Señor te bendiga abundantemente! Pastor Antonio Trejo