“Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que un niño haya venido al mundo”
Juan 16:21
▲ ¡Qué bendición el recordar aquellos amorosos
momentos
cuando descansábamos seguros en los brazos de
mamá!
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El recuerdo de la ternura de una madre amorosa
es un bálsamo y una fuente de esperanza cada vez que nos enfrentamos a los
altibajos de la vida. Por eso en el Salmo 22, vs. 9 al 15, el salmista
escribió: “Pero tú me sacaste del
vientre materno; me hiciste reposar confiado en el regazo de mi madre. Fui
puesto a tu cuidado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre, mi Dios
eres tú”. Aquí el salmista se está refiriendo a Dios y compara Sus
cuidados con la ternura de una madre; y así es como nosotros los creyentes
debemos tener esa confianza sin límites en el Señor, como la de una criatura
que descansa en paz en los brazos amados de su madre. Tan esmerado y amoroso es
el cuidado que Dios tiene por nosotros.
En otro pasaje de la Escritura, Isaías nos
trae esta declaración del Señor, en el capítulo 66 vs. 13: “Ustedes serán amamantados,
llevados en sus brazos, mecidos en sus rodillas. Como madre que consuela a su
hijo, así yo los consolaré a ustedes” (Isaías 66:13). Aquí vemos que
nuevamente Dios compara Sus cuidados y ternura hacia sus hijos con los de una mamá
amorosa y entregada. Y si el Señor, en su inmensa sabiduría, empleó la figura
materna para transmitirnos Su amor y Su entrega por nosotros, ¡cuánto más debemos
nosotros entender lo importante que son las madres para el género humano!
Dios les ha
concedido a las mujeres el don de dar a luz una nueva vida. Más aún, les ha
confiado el privilegio de transmitir a sus hijos, es decir a las nuevas
generaciones, las enseñanzas que harán de ellos personas íntegras y aptas para
desempeñarse ante Dios y ante los demás hombres. Esto lo leemos en Proverbios
1:8-9: “Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones
las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una
diadema; adornarán tu cuello como un collar”. La
misión de la madre entonces no sólo se destaca como la figura engendradora y
protectora de la nueva
vida, sino también por la responsabilidad única de forjar en esa nueva persona
el carácter, los principios y valores por los cuales ha de regirse la vida de
sus hijos. Su responsabilidad es la de adornar la vida de sus hijos con el ejemplo y la instrucción que los acompañará en su
vida de adultos.
Amigo
lector, créeme que no existe mayor satisfacción para una madre, que el ver que
sus hijos se convierten en motivo de asombro, que se transforman en adoradores
y servidores del Reino, que dan testimonio de los prodigios de Dios.
Que aún en su vejez puedan decir que valió la pena enseñar a sus hijos el
temor a Dios, para que no se pierdan en la carrera que tienen por delante
y lleguen seguros al final del trayecto junto al Padre celestial. No en vano
está escrito: “El temor del Señor es un baluarte seguro que sirve de refugio a los hijos. El temor del Señor es
fuente de vida, y aleja al hombre de las
redes de la muerte” (Prov. 14:26-27). Nuestra responsabilidad
como hijos es entonces ejercer los valores y la enseñanza piadosa transmitida
por nuestras madres, amarlas y honrarlas en cada oportunidad que sea posible,
sin pérdida de tiempo. Desde esta página les acerco mi anhelo para todas ellas,
de un día de felicidad plena y cargado de bendiciones, y que reciban los mimos
y la ternura que ellas merecen.
¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo