domingo, 21 de octubre de 2012

Corazón de madre


Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que un niño haya venido al mundo”
Juan 16:21
▲ ¡Qué bendición el recordar aquellos amorosos momentos 
cuando descansábamos seguros en los brazos de mamá!

El recuerdo de la ternura de una madre amorosa es un bálsamo y una fuente de esperanza cada vez que nos enfrentamos a los altibajos de la vida. Por eso en el Salmo 22, vs. 9 al 15, el salmista escribió: “Pero tú me sacaste del vientre materno; me hiciste reposar confiado en el regazo de mi madre. Fui puesto a tu cuidado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre, mi Dios eres tú”. Aquí el salmista se está refiriendo a Dios y compara Sus cuidados con la ternura de una madre; y así es como nosotros los creyentes debemos tener esa confianza sin límites en el Señor, como la de una criatura que descansa en paz en los brazos amados de su madre. Tan esmerado y amoroso es el cuidado que Dios tiene por nosotros.

En otro pasaje de la Escritura, Isaías nos trae esta declaración del Señor, en el capítulo 66 vs. 13: “Ustedes serán amamantados, llevados en sus brazos, mecidos en sus rodillas. Como madre que consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes” (Isaías 66:13). Aquí vemos que nuevamente Dios compara Sus cuidados y ternura hacia sus hijos con los de una mamá amorosa y entregada. Y si el Señor, en su inmensa sabiduría, empleó la figura materna para transmitirnos Su amor y Su entrega por nosotros, ¡cuánto más debemos nosotros entender lo importante que son las madres para el género humano!


Dios les ha concedido a las mujeres el don de dar a luz una nueva vida. Más aún, les ha confiado el privilegio de transmitir a sus hijos, es decir a las nuevas generaciones, las enseñanzas que harán de ellos personas íntegras y aptas para desempeñarse ante Dios y ante los demás hombres. Esto lo leemos en Proverbios 1:8-9: “Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no  abandones las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar”.  La misión de la madre entonces no sólo se destaca como la figura engendradora y protectora de la nueva vida, sino también por la responsabilidad única de forjar en esa nueva persona el carácter, los principios y valores por los cuales ha de regirse la vida de sus hijos. Su responsabilidad es la de adornar la vida de sus hijos con el ejemplo y la instrucción que los acompañará en su vida de adultos.

Amigo lector, créeme que no existe mayor satisfacción para una madre, que el ver que sus hijos se convierten en motivo de asombro, que se transforman en adoradores y  servidores del Reino, que dan testimonio de los prodigios de Dios.  Que aún en su vejez puedan decir que valió la pena enseñar a sus hijos el temor a Dios, para que no se pierdan en la carrera que tienen por delante y lleguen seguros al final del trayecto junto al Padre celestial. No en vano está escrito: “El temor del Señor es un baluarte seguro que sirve de refugio a los hijos.  El temor del Señor es fuente de vida, y aleja al hombre de las redes de la muerte”  (Prov. 14:26-27). Nuestra responsabilidad como hijos es entonces ejercer los valores y la enseñanza piadosa transmitida por nuestras madres, amarlas y honrarlas en cada oportunidad que sea posible, sin pérdida de tiempo. Desde esta página les acerco mi anhelo para todas ellas, de un día de felicidad plena y cargado de bendiciones, y que reciban los mimos y la ternura que ellas merecen.

¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo