sábado, 29 de septiembre de 2012

Dios es el que justifica



“No haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice el Señor, no guardaré para siempre el enojo. Reconoce, pues, tu maldad”

 (Jeremías 3:12-13)
▲ “El que a sí mismo se enaltece será humillado, 
y el que se humilla será enaltecido" –Lc. 18:14-


 En el capítulo 18 del Evangelio de Lucas, el Señor Jesús cuenta una parábola sobre dos hombres que fueron al templo de Jerusalén. El primero, satisfecho de sí mismo, agradecía a Dios por no ser como los demás hombres, quienes -según él- eran ladrones, injustos, adúlteros. El segundo hombre tenía un trabajo que se consideraba despreciable en aquellos tiempos: era recaudador de impuestos para los romanos. Éste temía acercarse ante la presencia de Dios y se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Pero Jesús enseñó a sus discípulos que este hombre volvió a su casa “justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (v. 14).

Aclaremos que aquí no se trata de juzgar cuál obró mejor o peor, sino de preguntarse cuál tomó la posición adecuada ante Dios. El primero, seguro de sí mismo, esperaba una recompensa: se enorgullecía de su moralidad. El segundo lloraba a causa de su indignidad: sabía que había pecado y temía volver a hacer lo malo. No se apoyaba en sus propios méritos y sólo esperaba en el Señor. El primero creía tener derecho a la estima de Dios; el segundo confiaba en Él, que es quien justifica.
Y tú, amigo lector, ¿qué posición asumes ante Dios? ¿La de un ser humano honesto y recto ante el Creador, porque no eres ladrón o asesino? Si es así, permíteme que te diga que a los ojos de Dios esto no es suficiente. En cambio, si asumes ante el Dios santo el lugar de un pecador perdido, y buscas un sincero arrepentimiento y Su misericordia, puedes confiar sin temor en que ese Dios Salvador te justificará por la fe en el sacrificio de su Hijo, y tu vida será cambiada de manera visible.

Oración
Señor Jesús, crea en nosotros un corazón humilde y humillado ante tu Santidad, que nos permita reconocer constantemente nuestra naturaleza pecaminosa, y ser dignos de tu aprobación y misericordia. Amén.
¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo