“No haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice el Señor, no guardaré para siempre el enojo. Reconoce, pues, tu maldad”
(Jeremías 3:12-13)
▲ “El que a sí mismo se enaltece será
humillado,
y el que se humilla será enaltecido" –Lc. 18:14-
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En el capítulo 18 del Evangelio de Lucas, el
Señor Jesús cuenta una parábola sobre dos hombres que fueron al templo de
Jerusalén. El primero, satisfecho de sí mismo, agradecía
a Dios por no ser como los demás hombres, quienes -según él- eran ladrones,
injustos, adúlteros. El segundo hombre tenía un trabajo que se consideraba
despreciable en aquellos tiempos: era recaudador de impuestos para los romanos.
Éste temía acercarse ante la presencia de Dios y se golpeaba el pecho,
diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Pero Jesús enseñó a sus
discípulos que este hombre volvió a su casa “justificado antes que el
otro; porque cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será
enaltecido” (v. 14).
Aclaremos que aquí no se trata de juzgar cuál
obró mejor o peor, sino de preguntarse cuál tomó la posición adecuada ante Dios.
El primero, seguro de sí mismo, esperaba una recompensa: se enorgullecía de su
moralidad. El segundo lloraba a causa de su indignidad: sabía que había pecado
y temía volver a hacer lo malo. No se apoyaba en sus propios méritos
y sólo esperaba en el Señor. El primero creía tener derecho a la estima de
Dios; el segundo confiaba en Él, que es quien justifica.
Y tú, amigo lector, ¿qué posición asumes ante Dios?
¿La de un ser humano honesto y recto ante el Creador, porque no eres
ladrón o asesino? Si es así, permíteme que te diga que a los ojos de Dios esto
no es suficiente. En cambio, si asumes ante el Dios santo el lugar de un
pecador perdido, y buscas un sincero arrepentimiento y Su misericordia, puedes
confiar sin temor en que ese Dios Salvador te justificará por la fe en el
sacrificio de su Hijo, y tu vida será cambiada de manera visible.
Oración:
Señor Jesús,
crea en nosotros un corazón humilde y humillado ante tu Santidad, que nos
permita reconocer constantemente nuestra naturaleza pecaminosa, y ser
dignos de tu aprobación y misericordia. Amén.
¡Te bendigo! Pastor Antonio Trejo